Dulces Sueños - Donde ser pequeñ@ aún es posible

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En el límite



Los coches rugen, escupen, se insultan, se mueven torpemente por inercia entre la ciudad, ajenos del espectáculo que hoy les brinda el día.

Hay un momento en el que temes. 

Rozas con delicadeza el borde sin intentar mirar abajo, sabes que la altura no se puede calcular y que el viento no sopla despacio. Inspiras. El aire siempre sienta mejor cuando se coge en los límites, quizás o tal vez porque se vive como si tomaras la última bocanada de vida. Sonríes. Ahí, pensar en que luego tal vez ya no existas, te produce un cosquilleo que siempre termina en algún tipo de expresión de, esa forma llamada, humor. Expiras. Desearías guardar en una caja de latón ese momento en el que te imaginas aire. Dejas de envidiar a los globos que surcan los cielos y dejas que la ligereza te invada. Flotar es un sueño. Casi, por un momento, crees despegar tus fríos pies del suelo. ¿Es eso lo que se siente antes de hacerlo? – te preguntas en tu interior. Sonríes. Me gusta. A un paso, solamente un paso del tan ansiado trofeo. Pero algo te estropea el momento. Ha sido fugaz e imperceptible, salvo durante una fracción de segundo y, eso, ha bastado. A veces detestas que tu mente sea más rápida que tus actos, sin embargo, intuyes que tiene algo de razón. La detestas. Al mismo tiempo la amas. Miras abajo sin temblar, sin notar el vértigo, sin tristeza. Más bien como diciendo hasta luego. Giras sobre ti misma y vuelves sobre tus anteriores pasos. Sonríes.

Es justo la muerte, lo que le da sentido a la vida. Vivir sin riesgos, sería como jugar al tenis sin red: no tendría emoción alguna.  


Temerosa


Temerosa pero llena de curiosidad abre lentamente la puerta… Poco a poco… Despacito, sin prisa. Observa desconfiada las nubes que hay allí fuera. Fija la vista en el verde de la tierra. Se mueve sinuosamente, lo sabe. Le atrae, pero teme. Inspira profundamente y sonríe levemente. Acaba de relajar sus pobladas cejas. Da un paso adelante. Y otro. No hay prisa, poco a poco. Vuelve a llenar los pulmones, su pequeño pecho se infla y sonríe un poquito más. Uno, dos y tres…, roza la hierba con sus pequeños pies. La siente, cierra los ojos e imagina ese rocío de la mañana acariciando a su nueva amiga. Desciende desde lo alto de la escalera y arruga sus redonditos dedos. El aroma, el tacto, las sensaciones, lo que percibe y lo que siente. Le gusta. Le gusta su nuevo descubrimiento. Le gusta la aventura. Mira al horizonte, extiende los brazos a lo alto y mientras juega con su risa empieza a corre y a girar, a saltar y a brincar. Tenía el mayor de los regalos y de los juguetes en frente de su naricita pero nadie se lo había enseñado. Ja, ja, ja, ja. Ríe a carcajadas, salta y brinca, cae rendida en los brazos de su nueva amiga. Tumbada, echa la cabeza un poco hacia atrás y mira a un enorme árbol. Mira, se sienta, arriba y corre. En un abrazo indescriptible se funden niña y naturaleza.



Qué


¿Qué?
¿Cómo?
¿Qué dices?
¿Qué somos?
¿Qué nos distingue? 
¿Qué nos hace ser mejor?  ¿Y peor?
¿Qué tenemos que no tengan otros? 
¿Por qué tú y no yo? ¿Y al revés? 
¿Especial por qué? 
¿Y normal? 
¿Qué aportas tú y qué yo? 
¿Somos algo? 
¿No somos nada? 
¿Por qué nos comparan? ¿Y por qué sonríen cuando estamos? 
¿Tan bien lo hacemos? 
¿Qué me haces? 
¿Qué te hago? 
¿Conseguimos algo?
¿Perdemos o ganamos? 
¿De verdad ríes? ¿Y yo? 
¿Qué sientes? 
¿Qué siento? 
¿Pasa algo malo? 
¿Qué está pasando? 
¿Dónde estoy?
¿Quién soy? 
¿Qué? 
¿Entiendes algo? 
¿Quién soy?
¿Quién eres? 
¿Qué somos? 
¿Por qué no respondes?





Corriendo


Cansada de derramar números allá donde voy. Harta de sacar brillo a mi vieja pistola. Agotada de vestir siempre de negro. Extasiada de correr tras un enemigo que siempre gana. 
En mis mejores días la carrera estaba bastante igualada, hubo incluso un momento en el que ambos llegamos a vernos las caras, al mismo nivel, a la misma distancia, en igualdad de condiciones y aún, recuerdo el impacto de la visión. A partir de entonces, la caza dejó de ser favorable para uno de los dos.
Maté, mato y mataré. He destrozado de todo tipo, de todo lugar de procedencia, de toda clase de artesanía. He apuntado a muchos pequeños Casio mientras les veía temblar en el rincón de alguna solitaria habitación. He amenazado a brillantes Rolex mientras sonreía, viendo como sus días de fama y lujuria se desvanecían. He intimidado a más de uno de esos políticamente correctos llamados Festina. He extorsionado a la cúspide de los viejos Zenith. Analógicos, digitales, de pulsera, de bolsillo, de pared incluso de arena. He disparado sin dudar un solo instante a los grandes de los campanarios. Palomas blancas volaban hacia un horizonte mejor. Dejándome atrás allí, rezagada y sin nadie a quien escupir una palabra de odio.
Y él, siempre, a pasos, metros y kilómetros por delante. Riendo. Disfrutando de sus carcajadas y de mi inútil esfuerzo.
No importa. Si no puedo acabar con el rey del tablero, me haré con todos sus peones. Sin excepción de ninguno. Continuaré abriendo cuerpos inocentes en honor al maestro. Seguiré diseccionando sus pequeños órganos, sus indefensas agujas, sus encajados engranajes, su alma incluso, si llegara a ser necesario.
Coleccionaba, colecciono y coleccionaré. Sus secuaces son mis pequeñas víctimas y mi terapia personal. A mi casa traigo los cuerpos ya sin vida y bajo la atenta mirada de mi flexo, comienzo noche tras noche un más que merecido ritual. Descompongo, separo y trato con mimo y cuidado cada una de las partes. Sobre una base de terciopelo y con unos guantes blancos e impolutos acaricio y limpio. En el fondo soy muy cariñosa, pero a veces, lo demuestro un poco tarde. Sonrío. Para cada invitado tengo un lugar. Una vitrina reluciente adaptada a las medidas y necesidades de cada huésped. Son mis trofeos. Son mis victorias. Son mi ego. Siempre tan cerca y siempre tan lejos.
Las noches son duras, pero merecen la pena.
Cuando termina mi jornada laboral, me deshago de todo lo que detesto y amo tan fervientemente. Guantes, pistola, chaqueta, zapatos, pistola, camisa, pantalones y pistola. Me esperan como siempre mis distantes sábanas. Intento abrazarme a mi almohada, pero últimamente no sé qué le pasa. Debatiéndome sin cesar por dentro, al final, el sueño decide acogerme tras minutos y horas de renegar.
Por la ventana, el sol empieza a mostrar sus primeros rayos.




¡Ups!


Muñecas de porcelana llenan la ciudad. Bellas, relucientes y resplandecientes. Llenas de color, piedrecitas preciosas y zapatitos de tacón. Agitan suave y dulcemente sus cabellos dorados, de color azabache y rojizos como el amanecer. Su piel tersa y delicada se deja entrever a la luz de la luna. Juntas se deslizan grácilmente por las calles del lugar. Juntas. Siempre. Como buenas y grandes amigas de verdad. ¡Apúntate! – me dicen - ¡Será mejor si hay una más! No gracias - les contesto yo – No me sientan bien los coloretes y menos un carmín tan chillón. ¡Bah! Seguro que es de esas que piensa y leen – ríen todas a coro y al mismo son. ¡Ay! ¡Crash! ¡Ups! Perdón, no quería, pero parece que se ha roto más de una.

Salud


Rico y sabroso,
tostado dulcemente a fuego lento.
Agua, burbujas y calma.
En el taburete la cosecha aparece,
la tierra, la siembra, la unión de hermanos, esas arrugadas manos que con esmero
acunan a los recién nacidos. 
El olor casi llega hasta la cocina.
Una sonrisa se esboza en su rostro.
Puede saborear el intenso aroma.

Respirar sus orígenes.

Etiopía, la Península Árabe, Jamaica, América del Sur…
Una voz aguda nos avisa. El casero ritual comienza.
Primero el pequeño plato y la taza blanca luego. 

Se sirve con cariño y mucho cuidado. Dejando uno o
dos dedos  de separación.
El borde ha de quedar impoluto.
Nítido.

Dos cucharadas de azúcar y dejamos reposar al gusto.
Finalmente, disfrutar  y acompañar, a ser posible.
Salud.Viva la vida.

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