Dulces Sueños - Donde ser pequeñ@ aún es posible

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Costumbres de la vida



La vida acostumbra a ser paciente, delicada y cariñosa, cálida y también fría. Deja pedacitos de su propia alma esparcidos por rincones, calles y balcones, parques, cines y bares, entre algunas miradas, algunas sonrisas y algunas palabras que se dejaron escapar por ese interlocutor descuidado. No dice qué hacer ni cómo, ni siquiera por qué, pero allá donde pisa siempre deja pequeños pedacitos de destellos y brillos que atraen la atención de atentos observadores o afortunados despistados. 

Ella sabe que el sol brilla de la misma manera para todos, que la libertad se anhela en todas partes por igual, que la palabra amor significa lo mismo y que el odio siempre hace daño. Reconoce que no todo es fácil, pero que siempre hay causas por las que luchar, por las que vencer e incluso por las que merece la pena caer. Es consciente de que la realidad se ha vuelto tan compleja que cada vez es más complicado sostenerla con sólo un par de manos. Demasiados ruidos, demasiadas imágenes, demasiadas historias mal contadas y mentiras bien hiladas que distraen de lo importante, de lo que merece cada una de nuestras miradas y sonrisas, de nuestros esfuerzos y energías. 

Lo sabe pero no puede gritarlo. 

No porque nunca tuvo una voz fuerte o potente, sino tranquila y suave. No porque ahí siempre el volumen es tan alto que no se oyen los pájaros. No porque gritando la gente nunca se entiende. No porque tampoco es quien para hacerlo. Por eso, susurra y reparte lágrimas de esperanza entre las grietas de terror y rencor que la gente ha ido abriendo. Por eso toca delicadamente las mejillas de los transeúntes. Por eso juega entre las nubes que anuncian la primavera y también con las hojas que desprende el otoño. Por eso hace reír a los más pequeños siempre que puede y sonreír a los ancianos. Por eso y porque como ella, siempre hay gente que recuerda a cada instante qué sentido y valor tiene eso que se llama vida. 



En el límite



Los coches rugen, escupen, se insultan, se mueven torpemente por inercia entre la ciudad, ajenos del espectáculo que hoy les brinda el día.

Hay un momento en el que temes. 

Rozas con delicadeza el borde sin intentar mirar abajo, sabes que la altura no se puede calcular y que el viento no sopla despacio. Inspiras. El aire siempre sienta mejor cuando se coge en los límites, quizás o tal vez porque se vive como si tomaras la última bocanada de vida. Sonríes. Ahí, pensar en que luego tal vez ya no existas, te produce un cosquilleo que siempre termina en algún tipo de expresión de, esa forma llamada, humor. Expiras. Desearías guardar en una caja de latón ese momento en el que te imaginas aire. Dejas de envidiar a los globos que surcan los cielos y dejas que la ligereza te invada. Flotar es un sueño. Casi, por un momento, crees despegar tus fríos pies del suelo. ¿Es eso lo que se siente antes de hacerlo? – te preguntas en tu interior. Sonríes. Me gusta. A un paso, solamente un paso del tan ansiado trofeo. Pero algo te estropea el momento. Ha sido fugaz e imperceptible, salvo durante una fracción de segundo y, eso, ha bastado. A veces detestas que tu mente sea más rápida que tus actos, sin embargo, intuyes que tiene algo de razón. La detestas. Al mismo tiempo la amas. Miras abajo sin temblar, sin notar el vértigo, sin tristeza. Más bien como diciendo hasta luego. Giras sobre ti misma y vuelves sobre tus anteriores pasos. Sonríes.

Es justo la muerte, lo que le da sentido a la vida. Vivir sin riesgos, sería como jugar al tenis sin red: no tendría emoción alguna.  


Temerosa


Temerosa pero llena de curiosidad abre lentamente la puerta… Poco a poco… Despacito, sin prisa. Observa desconfiada las nubes que hay allí fuera. Fija la vista en el verde de la tierra. Se mueve sinuosamente, lo sabe. Le atrae, pero teme. Inspira profundamente y sonríe levemente. Acaba de relajar sus pobladas cejas. Da un paso adelante. Y otro. No hay prisa, poco a poco. Vuelve a llenar los pulmones, su pequeño pecho se infla y sonríe un poquito más. Uno, dos y tres…, roza la hierba con sus pequeños pies. La siente, cierra los ojos e imagina ese rocío de la mañana acariciando a su nueva amiga. Desciende desde lo alto de la escalera y arruga sus redonditos dedos. El aroma, el tacto, las sensaciones, lo que percibe y lo que siente. Le gusta. Le gusta su nuevo descubrimiento. Le gusta la aventura. Mira al horizonte, extiende los brazos a lo alto y mientras juega con su risa empieza a corre y a girar, a saltar y a brincar. Tenía el mayor de los regalos y de los juguetes en frente de su naricita pero nadie se lo había enseñado. Ja, ja, ja, ja. Ríe a carcajadas, salta y brinca, cae rendida en los brazos de su nueva amiga. Tumbada, echa la cabeza un poco hacia atrás y mira a un enorme árbol. Mira, se sienta, arriba y corre. En un abrazo indescriptible se funden niña y naturaleza.



Qué


¿Qué?
¿Cómo?
¿Qué dices?
¿Qué somos?
¿Qué nos distingue? 
¿Qué nos hace ser mejor?  ¿Y peor?
¿Qué tenemos que no tengan otros? 
¿Por qué tú y no yo? ¿Y al revés? 
¿Especial por qué? 
¿Y normal? 
¿Qué aportas tú y qué yo? 
¿Somos algo? 
¿No somos nada? 
¿Por qué nos comparan? ¿Y por qué sonríen cuando estamos? 
¿Tan bien lo hacemos? 
¿Qué me haces? 
¿Qué te hago? 
¿Conseguimos algo?
¿Perdemos o ganamos? 
¿De verdad ríes? ¿Y yo? 
¿Qué sientes? 
¿Qué siento? 
¿Pasa algo malo? 
¿Qué está pasando? 
¿Dónde estoy?
¿Quién soy? 
¿Qué? 
¿Entiendes algo? 
¿Quién soy?
¿Quién eres? 
¿Qué somos? 
¿Por qué no respondes?





Corriendo


Cansada de derramar números allá donde voy. Harta de sacar brillo a mi vieja pistola. Agotada de vestir siempre de negro. Extasiada de correr tras un enemigo que siempre gana. 
En mis mejores días la carrera estaba bastante igualada, hubo incluso un momento en el que ambos llegamos a vernos las caras, al mismo nivel, a la misma distancia, en igualdad de condiciones y aún, recuerdo el impacto de la visión. A partir de entonces, la caza dejó de ser favorable para uno de los dos.
Maté, mato y mataré. He destrozado de todo tipo, de todo lugar de procedencia, de toda clase de artesanía. He apuntado a muchos pequeños Casio mientras les veía temblar en el rincón de alguna solitaria habitación. He amenazado a brillantes Rolex mientras sonreía, viendo como sus días de fama y lujuria se desvanecían. He intimidado a más de uno de esos políticamente correctos llamados Festina. He extorsionado a la cúspide de los viejos Zenith. Analógicos, digitales, de pulsera, de bolsillo, de pared incluso de arena. He disparado sin dudar un solo instante a los grandes de los campanarios. Palomas blancas volaban hacia un horizonte mejor. Dejándome atrás allí, rezagada y sin nadie a quien escupir una palabra de odio.
Y él, siempre, a pasos, metros y kilómetros por delante. Riendo. Disfrutando de sus carcajadas y de mi inútil esfuerzo.
No importa. Si no puedo acabar con el rey del tablero, me haré con todos sus peones. Sin excepción de ninguno. Continuaré abriendo cuerpos inocentes en honor al maestro. Seguiré diseccionando sus pequeños órganos, sus indefensas agujas, sus encajados engranajes, su alma incluso, si llegara a ser necesario.
Coleccionaba, colecciono y coleccionaré. Sus secuaces son mis pequeñas víctimas y mi terapia personal. A mi casa traigo los cuerpos ya sin vida y bajo la atenta mirada de mi flexo, comienzo noche tras noche un más que merecido ritual. Descompongo, separo y trato con mimo y cuidado cada una de las partes. Sobre una base de terciopelo y con unos guantes blancos e impolutos acaricio y limpio. En el fondo soy muy cariñosa, pero a veces, lo demuestro un poco tarde. Sonrío. Para cada invitado tengo un lugar. Una vitrina reluciente adaptada a las medidas y necesidades de cada huésped. Son mis trofeos. Son mis victorias. Son mi ego. Siempre tan cerca y siempre tan lejos.
Las noches son duras, pero merecen la pena.
Cuando termina mi jornada laboral, me deshago de todo lo que detesto y amo tan fervientemente. Guantes, pistola, chaqueta, zapatos, pistola, camisa, pantalones y pistola. Me esperan como siempre mis distantes sábanas. Intento abrazarme a mi almohada, pero últimamente no sé qué le pasa. Debatiéndome sin cesar por dentro, al final, el sueño decide acogerme tras minutos y horas de renegar.
Por la ventana, el sol empieza a mostrar sus primeros rayos.




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