Cansada de derramar números allá donde voy. Harta de sacar brillo a mi vieja pistola. Agotada de vestir siempre de negro. Extasiada de correr tras un enemigo que siempre gana.
En mis mejores días la carrera estaba bastante igualada, hubo incluso un momento en el que ambos llegamos a vernos las caras, al mismo nivel, a la misma distancia, en igualdad de condiciones y aún, recuerdo el impacto de la visión. A partir de entonces, la caza dejó de ser favorable para uno de los dos.
Maté, mato y mataré. He destrozado de todo tipo, de todo lugar de procedencia, de toda clase de artesanía. He apuntado a muchos pequeños Casio mientras les veía temblar en el rincón de alguna solitaria habitación. He amenazado a brillantes Rolex mientras sonreía, viendo como sus días de fama y lujuria se desvanecían. He intimidado a más de uno de esos políticamente correctos llamados Festina. He extorsionado a la cúspide de los viejos Zenith. Analógicos, digitales, de pulsera, de bolsillo, de pared incluso de arena. He disparado sin dudar un solo instante a los grandes de los campanarios. Palomas blancas volaban hacia un horizonte mejor. Dejándome atrás allí, rezagada y sin nadie a quien escupir una palabra de odio.
Y él, siempre, a pasos, metros y kilómetros por delante. Riendo. Disfrutando de sus carcajadas y de mi inútil esfuerzo.
No importa. Si no puedo acabar con el rey del tablero, me haré con todos sus peones. Sin excepción de ninguno. Continuaré abriendo cuerpos inocentes en honor al maestro. Seguiré diseccionando sus pequeños órganos, sus indefensas agujas, sus encajados engranajes, su alma incluso, si llegara a ser necesario.
Coleccionaba, colecciono y coleccionaré. Sus secuaces son mis pequeñas víctimas y mi terapia personal. A mi casa traigo los cuerpos ya sin vida y bajo la atenta mirada de mi flexo, comienzo noche tras noche un más que merecido ritual. Descompongo, separo y trato con mimo y cuidado cada una de las partes. Sobre una base de terciopelo y con unos guantes blancos e impolutos acaricio y limpio. En el fondo soy muy cariñosa, pero a veces, lo demuestro un poco tarde. Sonrío. Para cada invitado tengo un lugar. Una vitrina reluciente adaptada a las medidas y necesidades de cada huésped. Son mis trofeos. Son mis victorias. Son mi ego. Siempre tan cerca y siempre tan lejos.
Las noches son duras, pero merecen la pena.
Cuando termina mi jornada laboral, me deshago de todo lo que detesto y amo tan fervientemente. Guantes, pistola, chaqueta, zapatos, pistola, camisa, pantalones y pistola. Me esperan como siempre mis distantes sábanas. Intento abrazarme a mi almohada, pero últimamente no sé qué le pasa. Debatiéndome sin cesar por dentro, al final, el sueño decide acogerme tras minutos y horas de renegar.
Por la ventana, el sol empieza a mostrar sus primeros rayos.
4 comentarios:
espectacular
me encanta eres grande!
Espero entretener un rato, que nunca viene nada mal. Gracias a los 2, conocida y desconocido.
Qué maravilla, Sandra! Me encanta el ritmo, y cómo marcas los tiempos :-)
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