Qué sentido
¿Qué sentido tiene la vida si no somos capaces de ver la magia que hay en ella?
¿Qué sentido tiene correr de un lado para otro si luego no existe una sonrisa que nos haga olvidarnos de todo?
¿Qué sentido tiene preocuparse día tras día por el futuro y lo que vendrá si dejamos que el presente se resbale por nuestras manos?
¿Qué sentido tiene jugar al mártir, al triste y al gris cuando sabemos que con un poco humor el día resulta más bello?
¿Qué sentido tiene creerse el más maduro y un pez gordo si no eres capaz de soñar como cuando eras pequeño?
¿Qué sentido tiene huir de la lluvia si saltar en lo charcos y mancharse de barro es más divertido?
¿Qué sentido tiene no sonreír cuando brilla el sol si tampoco nos alegramos cuando se espera nublado?
¿Qué sentido tiene pensar que la vida no tiene sentido cuando rebosa tanta magia y encanto?
Cuándo
Se oye un estruendo, como si algo se hubiera roto.
- ¿Qué pasa ahí arriba?
- Ni idea. Se habrá caído algo. Va venga, date prisa que llegamos tarde.
Ella mira en dirección al techo, no parece muy convencida con la explicación, en cambio lo deja pasar y coge la chaqueta y las llaves. No quedaría nada bien la impuntualidad por su parte, ella lo sabe.
Mientras en la planta de arriba…
Un jarrón sale volando y aterriza en un golpe seco y ruidoso contra la pared mientras la cerámica sale despedida en pequeños pedacitos de dolor. Lo siguiente a lo que le echa el ojo es a una de sus macetas que agarra con fuerza y contra la que descarga toda su rabia. Levanta los brazos en alto y lo lanza al suelo con todas sus fuerzas. Después coge otra maceta e igual. Y otra. Y otra. Y la última. Empuja todos esos papeles sin sentido que descansaban sobre su mesa haciéndolos precipitarse hacia el mismo destino que el resto de objetos. Los chafa y pisotea. Alza los ojos y comparte su mirada con ese cuadro que tanto dinero le costó. Lo ase por el marco tembloroso y lo apoya en la encimera sin soltarlo mientras con la otra mano saca del cajón un cuchillo que esconde en su cocina americana. Una, dos, tres, cuatro, cinco y hasta seis puñaladas que no conllevan ningún remordimiento. Suelta el cuadro y el cuchillo, ya no le sirven para nada, son puros y meros deshechos. Mira la mesa. Ella no es menos. Arremete con ella haciéndola golpear la decimonónica lámpara de pie.
Se queda jadeando allí en medio de aquella habitación. Sus ojos recorren la escena del crimen. Respira entrecortadamente. Se gira hacia la derecha…, mira su reflejo en ese espejo…, de arriba abajo…, aprieta los dientes, reúne fuerzas y embiste contra ella misma. Le asesta un gancho y el vidrio se defiende mordiéndole con sus más fieros colmillos. Ya no hay semejante. Mira el cuerpo inerte que ahora yace en el suelo. Mira su mano ensangrentada. Ya no puede más. Se lleva las manos a la cara y se derrumba a los pies del cadáver. Empieza a vaciar su alma. Bellos diamantes de tristeza resbalan por sus mejillas, por su pecho, por todo su ser.
Siente rabia. Siente dolor. Siente impotencia. Se arrepiente de no hacer lo que debió hacer años. No es lo que ha hecho, la imagen de esa habitación al fin y al cabo no refleja ni una mínima parte del destrozo que hay en su corazón.
¿Cuándo dejó creer en ella? ¿En lo que le gustaba? ¿En lo que quería? ¿En lo que soñaba? ¿Cuándo se dejo llevar por la corriente monótona de la multitud? ¿Cuándo empezó a creer más importante sobrevivir que vivir? ¿Cuándo se olvidó de sonreír?
Déjalas volar
Siempre he pensado que tengo un problema con mi cabeza: ella es demasiado pequeñita como para almacenar todo lo que pienso. Sé que la pobre no tiene la culpa, pues sería imposible moverse teniendo cabezas más grandes, pero por eso mismo la quiero porque con otra distinta las cosas serían más difíciles. Pero claro, yo no tengo tanto espacio allí arriba como para guardarlo todo y a causa de esto a veces olvido más rápido lo reciente que lo antiguo. Cuando te pasa alguna vez no le das mucha importancia, pero cuando empieza a pasarte por costumbre tienes que buscar alguna solución. Eso es lo que yo he hecho.
Empecé a pensar en las posibilidades que tenía. Pensé en guardar en cajitas diferentes todo según etiquetas: ideas, recuerdos, relatos, dudas… Luego me di cuenta de que eso ocupaba mucho espacio y volví a pensar. Pensé en guardarlas en un lápiz de memoria pero necesitaba muchos y encima luego me costaba acordarme de qué llevaba cada uno dentro. Volví a pensar y se me ocurrió la idea de regalar algunas que quizás no me hicieran tanta falta, pero me di cuenta de que todo lo que sabía o pensaba estaba ligado a otras muchas cosas que me quedaba y tuve que volver a pensar. ¿Y si no me preocupo de llevar siempre encima todo? ¿Y si de lo que me preocupo es de recordar que siempre que necesite ayuda todas esas palabras que expresan lo que sentía, he sentido o siento volverán por mí? ¿Y si confío en ellas pero también las dejo vivir?
Tras hacerme estas preguntas comprendí que no solamente yo tenía un problema. Conversé pacientemente con mi mente sobre mi propuesta. Al principio parecía reacia a compartir conmigo la posible solución, pero tras un par de capuchinos conseguimos la unanimidad.
La solución era no preocuparme tanto y dejar las cosas fluir. ¿Cómo? Instalando una puerta y un par de ventanas en mi cabeza. Aquellas palabras, ideas, memorias…, que querían salir a dar una vuelta, viajar, conocer a otras semejantes o no, tomarse un respiro, salir de fiesta, ahora, podían hacerlo. A cada una le di la dirección escrita por si no sabían muy bien cómo volver, una llave y una bonita sonrisa. La puerta era, evidentemente, para poder entrar y salir cuando ellas quisieran, la ventana era para que las que de momento decidieran quedarse en casa pudieran disfrutar del paisaje y animarse a salir y crecer. No obligué a ninguna a salir o a quedarse, lo que hice fue darles la opción de hacer lo que quisieran y sintieran a cambio de que luego se acordarán de mí y me hicieran el favor, cuando pudieran o quisieran, de contarme todo lo que habían vivido.
Ahora mis amigas son felices y yo tengo espacio porque el mundo sí que es lo suficientemente grande como para que todo lo que pienso viva libremente. Además, he aprendido que las palabras son como los viejos amigos, no siempre están a tu lado pero siempre están cuando las necesitas.