Dulces Sueños - Donde ser pequeñ@ aún es posible

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Querid@ amig@


Querido amig@,

Cualquier persona sea cual sea su condición se plantea hacía dónde dirige su vida, dónde parará, cómo ha llegado a su situación, qué ha sucedido. Imagínate por un instante con 40 años, en el umbral de tu media vida, haciendo un balance de qué has logrado hasta ahora.

Sigue imaginando.

Ahora, imagínate viviendo en una caseta hecha de chapa, madera y otros plásticos resistentes. Tu hogar no tiene más de 4 m de ancho por 4 de largo, no es mucho más alta que tu cabeza y lo máximo que tienes dentro de ella es un colchón viejo, un espejo roto por una esquina, unas flores y algo de comida. Un oso de peluche al que le falta un ojo y unas mantas ásperas terminan de decorar tu vida.

Fuera llueve. Las gotas son tu melodía en esta triste noche en la que tu mente no te da tregua en una guerra que ya crees perdida. La guerra de tu vida. Ya no recuerdas que fue lo último que te hizo reír sin tener que preocuparte luego. Ya no recuerdas cuál era aquel sueño por el que ibas a luchar cuando eras pequeño. Ya no recuerdas lo que es el sabor de la comida caliente. Ya no recuerdas lo que es dormir sin tener pesadillas. No recuerdas, si quiera, que es dormir simplemente.

Noche tras noche las mismas preguntas, las mismas dudas, los mismos miedos, la misma tristeza, las mismas lágrimas, la misma desesperación. El mismo estado de cansancio y rendición. Nadie apuesta por ti. Nadie cree en ti. Las miradas ajenas o bien sienten pavor o simplemente compasión. Nunca hay punto medio. Día tras día la misma situación. Tu trabajo es sobrevivir. Tu esperanza morir. No crees en los cuentos ni en la fantasía. No crees en la igualdad. No crees en el bienestar. Tampoco en nadie. En nada. La única realidad para ti es el destino, lo que ya está escrito.

Eres otro renegado de la sociedad, de una sociedad que sólo hace funciones de teatro con títeres que ya no recuerdan qué son, dónde están o qué hacen. El público está cegado por las luces y los colores, como en la caverna de Platón, un tío famoso que ahora mismo desconoces, pero que seguro te gustaría si alguien se molestara en explicártelo.

Tienes frío otra vez. Vuelves al comedor para pobres. Ahí están tus amigos de oficio. Ellos no viven mejor que tú. Unos son despreciados por sus familias, otros huyen de la ley y hay quienes simplemente están porque es lo único que les queda.

Tu última lata de cerveza. Mañana saldrás a buscar más. Otra vez solo. Otra vez mirándote frente a ese espejo. No te gusta lo que ves. Te enfadas contigo mismo, con la vida, con el destino, rompes a llorar. Tus manos temblorosas sujetan tu rostro. Una y otra vez. Siempre es igual. La cabeza te va a estallar y abatido por el dolor te dejas abrazar por Morfeo. Parece que esta vez has encontrado la calma y aunque quizás no vuelvas a despertar para contarlo, ahora puedes decir que eres feliz.

No te lo creerás, pero a pesar de que tú pienses que eres insignificante, siempre habrá alguien que te eche de menos. Yo lo haré. Saludos de quien siempre te observaba de lejos.

Firmado,
Un admirador desconocido.

P.D: Lamento no haberme acercado nunca a decirte que yo creía en ti. Confiaba en que tú podías.





Hoy


 Hoy me pregunto acerca de la vida, de la existencia, de la amistad, del amor. 

¿Qué compone a cada una?


¿Qué las caracteriza?


¿Qué las hace necesarias?


¿Qué son en realidad?


Intento pensar en qué pueden significar para la gente en general y en lo que significa para mí.


Para mí todo es temporal.


No siento tristeza al oír mis propias palabras, aunque sí que me choca la tranquilidad con la que las he pronunciado.


¿Acaso es sólo eso y nada más?


Me gusta porque no me autoengaño con falsas esperanzas y expectativas. Soy sincera. Pero… ¿pensar así no es muy poco optimista? ¿No es signo de haber perdido cierto encanto por la vida? ¿No es propio tal vez de alguien viejo? ¿No debería preocuparme?


No, la verdad es que no lo hago.


Arrugo los labios un poco y siento cierta extrañeza hacia mí misma, pero ya está, nada más. Sigo caminando a través de las luces y del barullo de la fría ciudad. Sigo pensando mientras me pierdo en más ideas y pensamientos de esos que pueblan mi cabeza. La ciudad… ella sigue su rutina y su ritmo.
 

Lo sabía


En las sombras alargo la mano intentando alcanzar algo que aún no soy capaz de describir. Me levanto de la fría y oscura superficie mientras camino a tientas. No sé si tengo los ojos abierto o cerrados. En mi subconsciente mis pensamientos se agitan y se mezclan. Yo confundo la realidad con la ficción. Sacudo mi cabeza e intento mantener el equilibrio. Respiro entrecortadamente porque allí hace demasiado frío. Me froto las manos y soplo entre los huecos que quedan para entrar en calor. Me abrazo. El silencio gobierna en ese reino, tan solo mis pasos anuncia la presencia de algo vivo. O no. Sigo caminando aunque no sé si en línea recta o haciendo círculos. Me tambaleo y me paro.  Miro a un lado y a otro. O eso creo. Vuelvo a reanudar esa marcha sin sentido. Tropiezo con algo y me agacho para averiguar qué es. Parece un zapato. Sigo palpando. Mi corazón late deprisa. Me da miedo reconocer lo que estoy pensando qué es. Sigo. Sigo. Me topo con un rostro. Me quedo en blanco. Estoy temblando demasiado como para moverme. Me he caído al suelo. Mis piernas no reaccionan. Mi mente no funciona. Mi corazón parece ser el único con fuerzas suficientes como para salir de allí. La boca se me seca. Noto que tengo los ojos abiertos. Estoy sorprendida y asustada. Algo me agarra el tobillo. No puedo hacer nada. O eso pienso.
- Por favor, no huyas tú también.
Una voz me ha hablado. ¿Dios qué hago? No sé  qué es. Tengo miedo. No puedo articular palabra alguna.
- Sé que estás ahí. Siento tu calor. Por favor, necesito ayuda.
Sin saber cómo o por qué me suelto rápidamente, doy un salto y salgo corriendo. Corre. Corre. Corre. Para. Me paro en seco. Otra vez más sin saber cómo o por qué me giro y vuelvo sobre mis pasos. Sé que lo estoy haciendo bien. Sé que no me equivoco. Sé que merece la pena. No lo sé con certeza empírica, pero lo siento y en esta oscuridad eso vale más.
- ¿Sigues ahí? - pregunto.
- Sabía que volverías. Lo sabía.



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